El Priorato de Bohemia, encabezado por el Ilustrísimo Conde de Haio, ha celebrado la Investidura Solemne de sus miembros fundacionales. Nadie sabe cuándo aparece en el mundo la historia de los caballeros. Pese a ello, podemos decir que los caballeros nacen ante la imperiosa necesidad de hacer frente a los enemigos que invadían y asolaban las comarcas que ellos mismos habitaban.
Estos hombres, que iban a caballo para la más efectiva y segura ejecución de su cometido, fueron llamados defensores, sin atender a su clase social, nacimiento ni oficio. Quienes tenían un caballo y disponían además de una espada para defender a su pueblo, eran llamados defensores.
Más tarde, los reyes de los países o regiones donde residían esta clase de defensores, se dieron cuenta del gran potencial que podrían añadir a sus tropas si encaminaban todos estos grupos hacia el socorro de su propia corona... Y es entonces cuando los reyes comienzan a acaudillar a estos defensores bajo promesas de concederles tierras conquistadas, y con licencia para saquear y apoderarse en propio provecho de cuanto era de valor en los pueblos ocupados y en las batallas ganadas. La invitación era muy clara:
«Todo poblador del reino que disponga de caballo y espada, está obligado a unirse a su rey, cuando éste lo requiera, para defender la corona, la religión y su feudo.»
El botín más apreciado por aquellos tiempos para un defensor o un soldado, después de haber ganado una batalla o conquistado un poblado, era la mujer. La violación de mujeres y niñas, después de la ocupación, era una práctica muy extendida y muy ambicionada en cualquier batalla. A este acto se le solía llamar «el alivio del batallador.»
Con estos antecedentes no sería de extrañar que la iglesia tomara cartas en este asunto y proyectara un plan para convertir a aquellos defensores que luchaban bajo presencia y protección de la cruz en una especie de místicos, mitad guerreros y mitad frailes... Y razones tenemos para pensar esto, ya que las primeras investiduras fueron realizadas en el seno de la iglesia bajo el nombre de: «Tregua de Dios» y con las siguientes obligaciones:
«Confesión de sus pecados, noche de velar las armas mientras invocaba a Dios, ayuno, limpieza del organismo mediante un baño simbólico que purificaba el cuerpo, bendición de la espada, y ya, por último, la investidura de una túnica blanca para que el candidato fuese en lo sucesivo puro también de alma y pudiese llevar a buen fin su cometido tanto en la protección de débiles e indefensos como en el campo de batalla...
Una de las oraciones que los sacerdotes pronunciaban cuando bendecían la espada del postulante, era la siguiente:
«Dirigimos a Ti, Señor, nuestras oraciones y te pedimos que, con tu mano derecha, bendigas esta espada con la que este tu siervo desea ser ceñido para que con ella pueda defender iglesias, viudas, huérfanos y a todos tus siervos del azote pagano; para que con ella siembre también el terror y el pánico entre los malvados y que actúe con justicia tanto en el ataque como en la defensa. Amén.»
Después de este acto, practicado por la parroquia, autorizado por el rey y aceptado por el candidato, la iglesia acogía al guerrero bajo su protección de una manera especial, pero, a cambio, el defensor debía observar una conducta honorable tanto en sus actos cotidianos como en el campo de batalla. Desde entonces en adelante ya le estaban prohibidas, bajo pecado mortal, la violación de mujeres cuando la batalla acababa.
Ocurrió entonces que no todos los investidos cumplían con su juramento. Muchos de ellos, haciendo uso del poder que la iglesia les había conferido, cometían injusticias entre sus vecinos en tiempo de paz, y seguían violando y saqueando en tiempos de guerra. Así que, siendo estos actos denunciados, se llegó a la conclusión de que para ser investido no era suficiente tener caballo y armas, sino que también era necesario gozar de educación cristiana y de honestidad social. Veamos ahora un fragmento de una epístola de la época, escrita por un obispo que la firma con el nombre de: Diego de Bedán, que aconseja sobre este asunto, lo siguiente:
«...El caballero ha de reunir muchas cualidades: las primeras de las cuales deben ser la fortaleza, razón y justicia; será menester dar prendas de mayores obligaciones a esta profesión: se buscarán hombres de bondad y estimación en la comunidad; de buen crédito y virtuosos, y que tengan algunos bienes o hacienda, que es algo con lo que luce con decencia lo noble...»
Creemos que el título de «caballero» fue también elegido por la iglesia para dar nombre y formalidad a los primeros actos de investidura. Y lo creemos porque la palabra caballero fue tomada y proviene del latín: «caballaríus», cuyo término en castellano, una vez traducido del latín nos expresa un montón de cosas, pero no nos dice en ninguna parte que pueda corresponder a caballero o a persona que vive con nobleza y generosidad... Así, pues, cuando tomamos el diccionario de latín para saber la equivalencia de la palabra «caballaríus» advertimos que corresponde a: caballo de silla, a palafrenero, a caballerizo..., y a otras expresiones equivalentes... Pero, luego, por último, nos dice que equivale a: el nacido bajo la constelación de Pegaso... Esta frase es muy importante, pero antes de entrar de lleno en su interpretación, digamos que es esta expresión la que nos hace pensar que fuese la Iglesia la que eligiera la palabra «caballero» para definir a una persona altruista y misericordiosa, ya que, en aquellos tiempos, los únicos que conocían los misterios de los símbolos, eran todos los monjes y algunos sacerdotes diocesanos. Este conocimiento lo habían adquirido a través de la lectura y de la profundización del «Apocalipsis» y de otros textos que podemos encontrar en el Antiguo Testamento, como por ejemplo, en los hechos de Enoch y de Elías... Así que, como ahora vamos a descubrir, en esta expresión: «nacido bajo la constelación de Pegado...» es donde está oculta, precisamente, toda la mística de la historia caballeresca. Vamos a verlo:
2. OMBLIGO =igual= a Rey, como centro que mueve y ennoblece a todos los caballeros.
3. MANO DERECHA =igual= a Iglesia, que pide a Dios que con su mano derecha bendiga la espada del Caballero.
4. ALA =igual= a Comunidad, que eleva al caballero al rango de héroe local por defender a su rey, a su comunidad y a su Iglesia.
«Y por esto, sobre todas las cosas decidimos que sean hombres de buen linaje, para que se guarden de hacer cosas que les hagan caer en vergüenza. Y para que éstos sean escogidos de buenos lugares, y con algo que quiere decir en lenguaje de España, como buenos, por eso son llamados fijosdalgo, que es tanto como decir: hijos del bien... Y son observadores de una vida ejemplar porque les viene de lueñe (casta) como heredad. Y por ende, son más encargados de hacer el bien, y de guardarse de yerro, y de malos ejemplos porque cuando obran mal son ellos mismos quienes reciben contra sí el daño y la vergüenza que ellos mismos provocan, cayendo también esta mancha sobre las familias de las que descienden...»
La expresión «fijodalgo», que con el tiempo terminaría siendo hidalgo, es también una palabra muy antigua, y proviene, según unos, de «fidel-guía», que quiere decir «guía de fidelidad», y según otros, procede de «hijos del bien». Nosotros creemos que esta última afirmación es la más acertada porque ya en la primera legislación que hay sobre los caballeros y que acabamos de leer, se dice que son «hijos del bien», y además lo creemos porque es la más razonable.
La segunda legislación que aparece en la historia sobre las órdenes de caballería, la encontramos en la partida del Rey Alfonso IV de Aragón, título primero, libro cuarto, que dice:
«...Otrosí: Que no sea hombre muy pobre el que venga, y que viva bien. Que no tenga los vicios de los antiguos, que era cosa muy mala, que honren la caballería, que ésta está establecida para dar y hacer el bien, y que no venga a mendigar en ella, ni a facer vida deshonrada. Otrosí: que no venga a hurtar o hacer cosa que merezca la misma pena que se observa contra los malhechores...»
Y en ésta segunda legislación, como hemos podido observar, ya se encuentra una férrea oposición a que sean admitidos gentes a las que les importaba más las riquezas, las tierras y los títulos nobiliarios que podrían obtener haciéndose investir caballeros, que la determinación propia de servir a su rey y engrandecer a su Iglesia.
Por todo lo que ya hemos dicho, podemos adivinar que las órdenes de caballería fueron usadas desde tiempos inmemorables, y que reforzándose y renovándose según las costumbres y usos de los siglos en que vivieron, fueron uniéndose en tropa o hermandad, según las creencias religiosas o los ideales de cada uno, siendo de observar que la caballería en su principio era libre y sin condiciones, pero que cuando comenzaron a redactar sus leyes y reglamentos, ya fue requisito indispensable que el caballero fuera noble y que poseyera bienes. De ahí que, conociendo la sociedad el valor de los honores y títulos que los reyes concedían, procurara cada cual adquirirlos practicando hechos memorables, cuyo pago debía de ser aumentar su nobleza y hacerla patente por medio de los símbolos con que se adornaban los escudos de sus armas.
Desde ese mismo instante la carrera de un caballero se hace muy costosa. En primer lugar ya tenía que costearse sus propios gastos y los de sus soldados y sirvientes. Debía de tener un mínimo de tres caballos sólo para su servicio: El primero para la batalla, el segundo para el camino, y el tercero para el equipaje. Los sirvientes que le acompañaban no podían ser menos de cuatro: El primero para cuidar de los caballos, el segundo para vigilar y dar lustre a las armas, el tercero para ayudarle a montar y para levantarlo del suelo cuando fuese derribado, y el cuarto para custodiar prisioneros...
Estos sirvientes llegaron a ser muy importantes en el siglo XIII. Sucedió que ante la necesidad de añadir hombres que pudieran combatir para ganar las batallas, los reyes dieron órdenes a sus caballeros para que dotasen a sus sirvientes de armas y de caballo. Y los que destacaron por compaginar corazón para la lucha (que era lo que exigía el rey) y piedad para con su prójimo (que era lo que exigía la Iglesia), tuvieron la oportunidad de ir ascendiendo de un grado a otro, es decir, de cuidador de caballos podía llegar a ser escudero, de escudero a sargento, y así sucesivamente hasta conseguir el título de caballero... Título este que muy pocos sirvientes adquirían porque, o bien dejaban su vida en el empeño, o llegaban a la ancianidad antes de conseguirlo, o cuando estaban a punto de lograrlo se encontraban con el inconveniente de no reunir los requisitos obligatorios mínimos que se demandaban para todo postulante. Algunos de estos requisitos mínimos eran los siguientes:
«No tener mezcla de sangre de judíos ni de moros, y que ni el aspirante ni sus padres fueran o hubieran sido mercaderes, arrendadores, logreros, usureros o escribanos públicos... Y que de ninguna forma hubieran sido antes acusados de delitos de villanos...»
Es decir, que como acabamos de descubrir, esta promesa de armar caballeros a los que no eran «fijosdalgos», era un trampa muy bien urdida para tener de por vida soldados que, al pensar que pronto serían caballeros y obtendrían con ese rango prestigio y hacienda, lucharían valerosamente para ennoblecer más a su señor, para dignificar más a su rey y para glorificar más a su Iglesia... Estos candidatos a caballeros, se convirtieron, a través del tiempo, en los suboficiales que hoy abastecen los diferentes ejércitos.
Desde aquel momento, y para educar y moralizar a estos futuros caballeros, comienzan a crearse una sería de refranes y algunos escritos en prosa. Tanto la prosa, que se presenta en entretenidas historias, como la poesía, que es recitada en verso para que sea asimilada y recordada mejor, le son repetidas al aspirante constantemente. Los caballeros, sus señores, como por ser nobles estaban al margen de toda sospecha ética, se convierten en la conciencia de sus servidores... De la prosa, es buena prueba de lo que decimos, el «El libro del cavallero et del Escudero», escrito por don Juan Manuel. Donde un veterano caballero instruye y moraliza a su escudero de la siguiente forma:
«Preguntas cuál es el mejor estado entre todos los estados entre vosotros los legos. Y he de decirte que entre vosotros los legos hay muchos estados, así como mercaderes, menestrales, y labradores y otras muchas labores más, pero la caballería es el más noble y más onrado estado que todos los demás... Preguntas que es la vergüenza y cúmpleme a mí decirte que la vergüenza completa mucho al caballero, más que otra cosa ninguna... Y así puedes saber que la vergüenza es la cosa por la que un hombre deja de hacer todas las cosas que no debe de hacer, y le hace hacer todo lo que debe hacer. Por ende, la madre y la cabeza de todas las bondades es la vergüenza...»
Estos hombres, que iban a caballo para la más efectiva y segura ejecución de su cometido, fueron llamados defensores, sin atender a su clase social, nacimiento ni oficio. Quienes tenían un caballo y disponían además de una espada para defender a su pueblo, eran llamados defensores.
Más tarde, los reyes de los países o regiones donde residían esta clase de defensores, se dieron cuenta del gran potencial que podrían añadir a sus tropas si encaminaban todos estos grupos hacia el socorro de su propia corona... Y es entonces cuando los reyes comienzan a acaudillar a estos defensores bajo promesas de concederles tierras conquistadas, y con licencia para saquear y apoderarse en propio provecho de cuanto era de valor en los pueblos ocupados y en las batallas ganadas. La invitación era muy clara:
«Todo poblador del reino que disponga de caballo y espada, está obligado a unirse a su rey, cuando éste lo requiera, para defender la corona, la religión y su feudo.»
El botín más apreciado por aquellos tiempos para un defensor o un soldado, después de haber ganado una batalla o conquistado un poblado, era la mujer. La violación de mujeres y niñas, después de la ocupación, era una práctica muy extendida y muy ambicionada en cualquier batalla. A este acto se le solía llamar «el alivio del batallador.»
Con estos antecedentes no sería de extrañar que la iglesia tomara cartas en este asunto y proyectara un plan para convertir a aquellos defensores que luchaban bajo presencia y protección de la cruz en una especie de místicos, mitad guerreros y mitad frailes... Y razones tenemos para pensar esto, ya que las primeras investiduras fueron realizadas en el seno de la iglesia bajo el nombre de: «Tregua de Dios» y con las siguientes obligaciones:
«Confesión de sus pecados, noche de velar las armas mientras invocaba a Dios, ayuno, limpieza del organismo mediante un baño simbólico que purificaba el cuerpo, bendición de la espada, y ya, por último, la investidura de una túnica blanca para que el candidato fuese en lo sucesivo puro también de alma y pudiese llevar a buen fin su cometido tanto en la protección de débiles e indefensos como en el campo de batalla...
Una de las oraciones que los sacerdotes pronunciaban cuando bendecían la espada del postulante, era la siguiente:
«Dirigimos a Ti, Señor, nuestras oraciones y te pedimos que, con tu mano derecha, bendigas esta espada con la que este tu siervo desea ser ceñido para que con ella pueda defender iglesias, viudas, huérfanos y a todos tus siervos del azote pagano; para que con ella siembre también el terror y el pánico entre los malvados y que actúe con justicia tanto en el ataque como en la defensa. Amén.»
Después de este acto, practicado por la parroquia, autorizado por el rey y aceptado por el candidato, la iglesia acogía al guerrero bajo su protección de una manera especial, pero, a cambio, el defensor debía observar una conducta honorable tanto en sus actos cotidianos como en el campo de batalla. Desde entonces en adelante ya le estaban prohibidas, bajo pecado mortal, la violación de mujeres cuando la batalla acababa.
Ocurrió entonces que no todos los investidos cumplían con su juramento. Muchos de ellos, haciendo uso del poder que la iglesia les había conferido, cometían injusticias entre sus vecinos en tiempo de paz, y seguían violando y saqueando en tiempos de guerra. Así que, siendo estos actos denunciados, se llegó a la conclusión de que para ser investido no era suficiente tener caballo y armas, sino que también era necesario gozar de educación cristiana y de honestidad social. Veamos ahora un fragmento de una epístola de la época, escrita por un obispo que la firma con el nombre de: Diego de Bedán, que aconseja sobre este asunto, lo siguiente:
«...El caballero ha de reunir muchas cualidades: las primeras de las cuales deben ser la fortaleza, razón y justicia; será menester dar prendas de mayores obligaciones a esta profesión: se buscarán hombres de bondad y estimación en la comunidad; de buen crédito y virtuosos, y que tengan algunos bienes o hacienda, que es algo con lo que luce con decencia lo noble...»
Creemos que el título de «caballero» fue también elegido por la iglesia para dar nombre y formalidad a los primeros actos de investidura. Y lo creemos porque la palabra caballero fue tomada y proviene del latín: «caballaríus», cuyo término en castellano, una vez traducido del latín nos expresa un montón de cosas, pero no nos dice en ninguna parte que pueda corresponder a caballero o a persona que vive con nobleza y generosidad... Así, pues, cuando tomamos el diccionario de latín para saber la equivalencia de la palabra «caballaríus» advertimos que corresponde a: caballo de silla, a palafrenero, a caballerizo..., y a otras expresiones equivalentes... Pero, luego, por último, nos dice que equivale a: el nacido bajo la constelación de Pegaso... Esta frase es muy importante, pero antes de entrar de lleno en su interpretación, digamos que es esta expresión la que nos hace pensar que fuese la Iglesia la que eligiera la palabra «caballero» para definir a una persona altruista y misericordiosa, ya que, en aquellos tiempos, los únicos que conocían los misterios de los símbolos, eran todos los monjes y algunos sacerdotes diocesanos. Este conocimiento lo habían adquirido a través de la lectura y de la profundización del «Apocalipsis» y de otros textos que podemos encontrar en el Antiguo Testamento, como por ejemplo, en los hechos de Enoch y de Elías... Así que, como ahora vamos a descubrir, en esta expresión: «nacido bajo la constelación de Pegado...» es donde está oculta, precisamente, toda la mística de la historia caballeresca. Vamos a verlo:
- Pegaso era un caballo alado que nació del chorro de sangre que brotó cuando Perseo le cortó la cabeza a Medusa... Si ponemos toda nuestra atención en esta definición, veremos que Perseo simboliza al caballero investido que nace a una nueva vida en el mismo instante en que corta la cabeza del anticristo y se compromete con Dios... Y hemos de decir, porque esto es muy importante, aunque quizás sea ya tema para otra reunión, que el famoso «bafomet» tan conocido por todos nosotros, está inspirado en su totalidad en la cabeza de Medusa, que como todos ustedes saben en vez de cabellos tenía serpientes y poseía el poder de convertir en piedra a quienes tenían la desgracia de fijar su vista en ella.
- Más tarde, Perseo, montado en su caballo Pegaso, fue a libertar a Andrómeda, a quien las Nereidas, por envidia de su belleza, habían atado a una roca para que fuese devorada por un monstruo marino... En este acto está simbolizada la obligación que adquiría el caballero en el acto de su investidura, ya que todo caballero se comprometía, como ya hemos podido ver en la oración anterior, a honrar a todas las damas y ayudarlas en el peligro... Todos hemos sido niños, y a todos nos leyeron aquellos cuentos en donde un caballero salvaba a la bella princesa de las garras de un horrible monstruo o de un repulsivo dragón que la tenía secuestrada... Según podemos deducir de esta historia mitológica, Perseo fue el primer caballero andante que apareció en este mundo.
- La misma Constelación de Pegaso, guarda, aunque no concretadamente, sorprendentes paralelismos con la historia de los caballeros. En la Edad Media eran muy conocidas las cuatro estrellas que forman el cuadrado de la constelación de Pegaso porque, tanto en primavera como en verano, eran fácilmente visibles a simple vista por su gran brillantez... Tal como hoy. Los nombres de estas cuatro estrellas y sus significados en castellano, son los siguientes: MARKAB, que significa «la silla de montar»; SCHEAT, que significa: «mano derecha», ALPHERAZT, que significa: «ombligo», y ALGENIB, que significa: «ala». Sin embargo, las estrellas más importantes para los observadores de aquella época, eran la conocida como MARKAB, que es el Alfa de la constelación de Pegaso, que traducido del árabe quiere decir, como ya hemos visto antes: «la silla de montar», y la llamada HOMAM, que también traducida quiere decir: «la estrella de la fortuna del héroe». En este punto es necesario decir, para que todos ustedes puedan sacar sus propias conclusiones, que «la estrella de la fortuna del héroe» está justo encima de la silla de montar. Hecho este que quizás pueda simbolizar las riquezas y los honores que adquirían los caballeros cuando montaban en sus caballos y luchaban heroicamente para socorrer a su rey, proteger a su comunidad y engrandecer a su iglesia. Un cuadrado tan perfecto y tan brillante como el formado por la constelación de Pegaso: CABALLERO – REY – COMUNIDAD – IGLESIA. Es decir, cuarteto que muy bien podríamos asemejarlo con las cuatro estrellas que forman la constelación de Pegaso de la siguiente forma:
2. OMBLIGO =igual= a Rey, como centro que mueve y ennoblece a todos los caballeros.
3. MANO DERECHA =igual= a Iglesia, que pide a Dios que con su mano derecha bendiga la espada del Caballero.
4. ALA =igual= a Comunidad, que eleva al caballero al rango de héroe local por defender a su rey, a su comunidad y a su Iglesia.
- Pegaso es también símbolo del astro poético. Dice la mitología que de una coz hizo brotar la fuente que posteriormente fue llamada Hipocrense, situada en el monte Helicón, donde iban los poetas a inspirarse. Y todos sabemos, y los que se encuentran aquí esta mañana mejor que nadie, que para ser caballero hay que tener algo de poeta. Don Quijote dice que la caballería andante es la ciencia por excelencia superior a la poesía, ya que el caballero, además de ser poeta, debe ser jurisperito, teólogo, médico, herbolario, astrólogo y matemático... Y remata luego diciendo: Todo buen caballero ha de ser casto en los pensamientos, honesto en las palabras, liberal en las obras, valiente en los hechos, sufrido en los trabajos, caritativo con los menesterosos y, finalmente, mantenedor de la verdad, aunque le cueste la vida el defenderla... Y yo me pregunto: ¿Quién puede llevar a cabo todos estos preceptos sin ser un verdadero poeta o un profundo amante de la poesía?
«Y por esto, sobre todas las cosas decidimos que sean hombres de buen linaje, para que se guarden de hacer cosas que les hagan caer en vergüenza. Y para que éstos sean escogidos de buenos lugares, y con algo que quiere decir en lenguaje de España, como buenos, por eso son llamados fijosdalgo, que es tanto como decir: hijos del bien... Y son observadores de una vida ejemplar porque les viene de lueñe (casta) como heredad. Y por ende, son más encargados de hacer el bien, y de guardarse de yerro, y de malos ejemplos porque cuando obran mal son ellos mismos quienes reciben contra sí el daño y la vergüenza que ellos mismos provocan, cayendo también esta mancha sobre las familias de las que descienden...»
La expresión «fijodalgo», que con el tiempo terminaría siendo hidalgo, es también una palabra muy antigua, y proviene, según unos, de «fidel-guía», que quiere decir «guía de fidelidad», y según otros, procede de «hijos del bien». Nosotros creemos que esta última afirmación es la más acertada porque ya en la primera legislación que hay sobre los caballeros y que acabamos de leer, se dice que son «hijos del bien», y además lo creemos porque es la más razonable.
La segunda legislación que aparece en la historia sobre las órdenes de caballería, la encontramos en la partida del Rey Alfonso IV de Aragón, título primero, libro cuarto, que dice:
«...Otrosí: Que no sea hombre muy pobre el que venga, y que viva bien. Que no tenga los vicios de los antiguos, que era cosa muy mala, que honren la caballería, que ésta está establecida para dar y hacer el bien, y que no venga a mendigar en ella, ni a facer vida deshonrada. Otrosí: que no venga a hurtar o hacer cosa que merezca la misma pena que se observa contra los malhechores...»
Y en ésta segunda legislación, como hemos podido observar, ya se encuentra una férrea oposición a que sean admitidos gentes a las que les importaba más las riquezas, las tierras y los títulos nobiliarios que podrían obtener haciéndose investir caballeros, que la determinación propia de servir a su rey y engrandecer a su Iglesia.
Por todo lo que ya hemos dicho, podemos adivinar que las órdenes de caballería fueron usadas desde tiempos inmemorables, y que reforzándose y renovándose según las costumbres y usos de los siglos en que vivieron, fueron uniéndose en tropa o hermandad, según las creencias religiosas o los ideales de cada uno, siendo de observar que la caballería en su principio era libre y sin condiciones, pero que cuando comenzaron a redactar sus leyes y reglamentos, ya fue requisito indispensable que el caballero fuera noble y que poseyera bienes. De ahí que, conociendo la sociedad el valor de los honores y títulos que los reyes concedían, procurara cada cual adquirirlos practicando hechos memorables, cuyo pago debía de ser aumentar su nobleza y hacerla patente por medio de los símbolos con que se adornaban los escudos de sus armas.
Desde ese mismo instante la carrera de un caballero se hace muy costosa. En primer lugar ya tenía que costearse sus propios gastos y los de sus soldados y sirvientes. Debía de tener un mínimo de tres caballos sólo para su servicio: El primero para la batalla, el segundo para el camino, y el tercero para el equipaje. Los sirvientes que le acompañaban no podían ser menos de cuatro: El primero para cuidar de los caballos, el segundo para vigilar y dar lustre a las armas, el tercero para ayudarle a montar y para levantarlo del suelo cuando fuese derribado, y el cuarto para custodiar prisioneros...
Estos sirvientes llegaron a ser muy importantes en el siglo XIII. Sucedió que ante la necesidad de añadir hombres que pudieran combatir para ganar las batallas, los reyes dieron órdenes a sus caballeros para que dotasen a sus sirvientes de armas y de caballo. Y los que destacaron por compaginar corazón para la lucha (que era lo que exigía el rey) y piedad para con su prójimo (que era lo que exigía la Iglesia), tuvieron la oportunidad de ir ascendiendo de un grado a otro, es decir, de cuidador de caballos podía llegar a ser escudero, de escudero a sargento, y así sucesivamente hasta conseguir el título de caballero... Título este que muy pocos sirvientes adquirían porque, o bien dejaban su vida en el empeño, o llegaban a la ancianidad antes de conseguirlo, o cuando estaban a punto de lograrlo se encontraban con el inconveniente de no reunir los requisitos obligatorios mínimos que se demandaban para todo postulante. Algunos de estos requisitos mínimos eran los siguientes:
«No tener mezcla de sangre de judíos ni de moros, y que ni el aspirante ni sus padres fueran o hubieran sido mercaderes, arrendadores, logreros, usureros o escribanos públicos... Y que de ninguna forma hubieran sido antes acusados de delitos de villanos...»
Es decir, que como acabamos de descubrir, esta promesa de armar caballeros a los que no eran «fijosdalgos», era un trampa muy bien urdida para tener de por vida soldados que, al pensar que pronto serían caballeros y obtendrían con ese rango prestigio y hacienda, lucharían valerosamente para ennoblecer más a su señor, para dignificar más a su rey y para glorificar más a su Iglesia... Estos candidatos a caballeros, se convirtieron, a través del tiempo, en los suboficiales que hoy abastecen los diferentes ejércitos.
Desde aquel momento, y para educar y moralizar a estos futuros caballeros, comienzan a crearse una sería de refranes y algunos escritos en prosa. Tanto la prosa, que se presenta en entretenidas historias, como la poesía, que es recitada en verso para que sea asimilada y recordada mejor, le son repetidas al aspirante constantemente. Los caballeros, sus señores, como por ser nobles estaban al margen de toda sospecha ética, se convierten en la conciencia de sus servidores... De la prosa, es buena prueba de lo que decimos, el «El libro del cavallero et del Escudero», escrito por don Juan Manuel. Donde un veterano caballero instruye y moraliza a su escudero de la siguiente forma:
«Preguntas cuál es el mejor estado entre todos los estados entre vosotros los legos. Y he de decirte que entre vosotros los legos hay muchos estados, así como mercaderes, menestrales, y labradores y otras muchas labores más, pero la caballería es el más noble y más onrado estado que todos los demás... Preguntas que es la vergüenza y cúmpleme a mí decirte que la vergüenza completa mucho al caballero, más que otra cosa ninguna... Y así puedes saber que la vergüenza es la cosa por la que un hombre deja de hacer todas las cosas que no debe de hacer, y le hace hacer todo lo que debe hacer. Por ende, la madre y la cabeza de todas las bondades es la vergüenza...»